Estar Perdidos. El gran Maestro
Estar perdidos. El gran maestro
“A mitad del camino de la vida,
me encontré en una selva oscura,
porque había perdido la senda recta.”
La Divina Comedia
Dante Alighieri, 35 años de edad, año 1300
Un día, cuando era pequeña, fui de compras con mi mamá a una de esas tiendas de proporciones alucinantes, inmensas todavía más para un cuerpo pequeño incapaz de mirar por encima de la mesa.
Estábamos en la sección de ropa de mujer, rodeadas de centenares de prendas. Mi mente, simple y juguetona, siempre buscaba pretextos para divertirse; así que me encontraba jalando, tocando y dejándome envolver por los abrazos de los montones de faldas y sacos que desfilaban entre los ganchos.
En ese laberinto encontré el escondite perfecto: justo en medio de aquellos círculos de ropa, donde podía permanecer inmóvil en el centro de murallas de colores. Debí haber pasado mucho tiempo allí, porque al salir, para mi sorpresa, mi mamá ya no estaba cerca. Toda la diversión se transformó entonces en un instante de terror, compuesto por rostros desconocidos y una caminata torpe entre torres de telas.
La angustia se apoderó de mi llanto mientras en el tiempo seguía pasando, nada era claro y menos detrás de las cortinas de lágrimas que me escurrían desesperadas.
En un instante, escuché el grito de mi madre rompiendo con enojo y preocupación el momento. Se acercó a mí, me miró a los ojos con esa energía de fuego que siempre la ha carazterizado y me dijo con una cara increíblemente convincente que siempre quedara cerca de ella.
Durante años me convencí de que la gran estrategia de la vida era quedarme cerca de la encantadora protección de la cultura, junto con todas sus creencias, y los planes que la sociedad tenía para mí, siguiendo la aclamada voz de la obediencia que siempre me había dictado el camino, y donde perderme y equivocarme siempre fue visto como el gran error de entrada al abismo sin salida.
Con el tiempo llegó un libro que me hizo comprender más de cerca mi miopía, “Listen, ¡Little Man!” de Wilhelm Reich. En él leí:
“Eres diferente del verdadero gran hombre en una sola cosa: el gran hombre, en algún momento también fue hombrecito, pero desarrolló una habilidad importante: aprendió a ver que era pequeño en su manera de pensar y en sus acciones… El gran hombre, entonces, sabe cuándo y en qué es todavía un hombrecito. El hombrecito no sabe que es pequeño, y tiene miedo de saberlo.…
Nadie más – nadie excepto por ti mismo cargas la responsabilidad de tu propia esclavitud. Nadie más.”
Hay un cierto sabor de aventura en perdernos, porque el extravío se abre como un portal hacia verdades más auténticas, hacia la libertad de decidir y hacia esos rincones de la mente que aún no nos hemos atrevido a desempolvar.
Dante Alighieri, siglos atrás, había aprendido la misma lección. A mitad de la vida, se encontró en una “selva oscura” que lo llevó a descender al infierno, cuya condición de entrada era soltar toda falsa esperanza. Su propio exilio, su caída política y personal, lo obligaron a perderse, a caminar entre las sombras del infierno y el purgatorio para, en ese proceso de escribir su mayor legado en “la Divina Comedia”, alcanzar la exquisitud del cielo de la mano de sus guías Virgilio, Beatriz y San Bernardo, representando en el mismo órden la razón humana, el amor y la contemplación.
Cuenta mi maestra Martha Beck en su libro "El camino a la Integridad", de quién realmente apredí sobre el místico y extraordinariamente simbólico recorrido de Dante, que las guías son aquellas presencias que nos muestran lo que en el fondo ya sabemos como nuestra verdad interior y genuina. Estas guías pueden tomar distintas formas desde sueños, mensajes, intuiciones, circunstancias, libros o maestros que aparecen en el momento preciso que requerimos y pedimos la ayuda. Y lo hacen de un modo incondicionalmente bello, recordándonos que en el recorrido épico de la vida nunca caminamos solos.
Ahora pienso que aquella niña que se escondía en las faldas de su madre después del susto de no encontrarla, quizá estaba ensayando el gran arte de perderse del que hoy he construido una misión para acompañar a otros mientras navegan la travesía de definir sus propios legados.
He dejado carreras, trabajos, parejas, ciudades en las que he vivido, amigos y vidas, aprendiendo a soltar las esclavitudes de mi mente y de mis acciones. Me he perdido una y otra vez, pero siempre he encontrado la mano de tantos y tantos guías de los que lo he aprendido todo.
Perdernos no sólo es parte esencial del viaje, es nuestro maestro. No existe otro camino para trascendernos y descubrir lo que realmente queremos, y este maestro nos provoca hasta el límite para que desgarremos las viejas vestiduras del “hombrecito pequeño” y nos atrevamos a tejer nuestra propia grandeza, pues al final, como dice George Bernard Shaw, la vida no va de encontrarnos a nosotros mismos, sino de crearnos a nosotros mismos.
Gabriela González
Inspiración