Rompiendo el Velo. Mirando los talentos
Rompiendo el Velo. Mirando los talentos
"El crimen más castigado en cualquier dictadura es la autoafirmación."
— Nathaniel Branden, Honoring the Self
Durante años odié mi nombre. No por lo que significaba, sino porque no me identificaba con él. Era un eco repetido, idéntico al de por lo menos cuatro niñas más en un mar inmenso de cuarenta alumnas en el salón de clases, en aquella escuela de monjas a la que fui durante la primaria.
Nos uniformaban con aquel vestido azul marino, de puños y cuello blanco, calcetas altas y zapatos negros. Nos uniformaban por fuera… y por dentro también.
En la clase de arte, todas creábamos lo mismo con los mismos colores, los mismos materiales, la misma figura. Los regalos del Día del Padre y del Día de la Madre eran sujetos a una calificación, réplicas de los de la mejor niña del salón quien imponía los estándares del agrado de la maestra. El resto, solo un número más en la lista.
No creo que nadie me recuerde de esos días. Me camuflé bastante bien entre esas filas interminables que nos llevaban en orden al escritorio de aquel cuarto cuadrado y frío, donde la luz que iluminaba el pizarrón entraba por ventanas diminutas a la altura del techo.
Recuerdo el momento exacto en que nacieron mis inseguridades, tenía siete años. En una clase, al ver mis resultados mediocres y la cara de absoluta indiferencia de la maestra frente a mi presencia, me pregunté cómo iba a ser alguien si había tantas chicas iguales a mí. Incluso, a mis ojos, la mayoría más lindas, más inteligentes, más talentosas de tantas maneras.
La frustración se apoderó de mí como un velo pesado, negro y oscuro, que tardé años en aprender a mirar y remover.

Nathaniel Branden, en su excelente libro “Honoring the Self”, habla del derecho a existir, de la necesidad psíquica de individualizarnos, de ocupar espacio, de encontrar nuestra singularidad en un mundo que nos entrena para ser “uno más”.
Para él, la autoestima no es algo con lo que se nace, es algo que se adquiere. Y se adquiere mediante la capacidad de pensar de manera independiente, escapando de las dualidades interiores que batallan entre sí:
- independencia vs. conformidad
- autoexpresión vs. autonegación
- autoafirmación vs. autoabandono
Muchos años después entendí que entonces mi batalla no era contra otras niñas o contra las figuras de autoridad, sino contra esas dualidades que conformaban el velo donde mi nombre se perdía en el olvido de mí misma.
El proceso de individualización no es un capricho egoísta, sino un acto profundamente espiritual.
La palabra talento viene del griego tálanton, que significaba una unidad de peso usada para medir oro o plata. Lo que llamamos “talento” hoy tiene ese mismo brillo, es nuestra moneda interna, el oro que nos fue dado para multiplicar.
No es casual que para entender nuestro valor y trabajar nuestra autoestima, necesitemos conocer nuestros talentos y desarrollarlos.
El psiquiatra David S. Viscott lo expresó así, “El sentido de la vida es encontrar tu talento. El propósito de la vida es entregarlo.”
Para mí, fue clave el segundo año de preparatoria. Estando de intercambio en una escuelita en Irlanda cerca de Dublín, fui reconocida por primera vez sobre mi talento para escribir. Ese mismo talento que utilicé durante años en mi carrera de abogada para redactar demandas, contestaciones, cartas, presentaciones y discursos; el mismo talento que hoy me conecta contigo.
Fue también ahí donde descubrí cuánto disfruto investigar y leer para luego convertirlo en ideas, y mi fascinación por conectar los mundos de lo espiritual, la psicología, el arte, la naturaleza y los viajes.
El velo del autoabandono, la autonegación y la conformidad se ha ido rompiendo de manera paulatina, al mismo tiempo que me he permitido darle valor suficiente a ese talento y otros más, y hacerlos crecer en los lugares adecuados.
Pero romper el velo del autodesconocimiento es apenas el primer paso, luego viene la danza del llamado. Ese susurro que nace dentro como un deber sagrado. No siempre es ruidoso. A veces se manifiesta como una incomodidad persistente, otras como un entusiasmo inexplicable. Pero cuando se honra, se convierte en nuestro baile por esta tierra.
Curiosamente, nuestros talentos están increíblemente relacionados con aquello que nos da entusiasmo y luz, los temas que nos cautivan como miel son la puerta de entrada a acceder a esas habilidades que desconocemos y, paradójicamente, los talentos son la puerta de entrada a nuestras pasiones. Todo esto permanece de forma mágica y estática tras el velo que estamos llamados a comprender y descubrir.
Respetar nuestros dones no es vanidad, es dignidad espiritual. Es cuidar lo que nos fue dado como sagrado, para entendernos y para integranos.
"Conócete a ti mismo", es la premisa máxima inscrita en el templo de Delfos.
Hoy abrazo mi nombre. Quizá mi madre tiene razón, quizá vine a dar un mensaje como aquel arcángel que anunció un milagro divino a la misma madre de Dios. Quizá no es casualidad ese talento de escribir.
Al romper el velo descubrimos que detrás hay un rostro esperando ser nombrado. Talentos esperando ser descubiertos y entregados.
Y toda una vida pidiendo ser danzada con autenticidad.
Inspiración: