La danza del cambio. Entendiendo cuando estás listo para pedir ayuda

Oct 27, 2025By Gabriela Gonzalez
Gabriela Gonzalez

“Espero que vivas una vida de la que estés orgulloso. Y si descubres que no es así, espero que tengas la fuerza para empezar de nuevo.”
El curioso caso de Benjamin Button

Cuenta el poeta Uruguayo Eduardo Galeano con esa voz ronca y profunda como una cueva bajo el océano, que la vida consiste en caernos y levantarnos muchas veces. Pero los más sensibles caen y ya no se levantan, porque son, dice Galeano, a los que más les duele la vida.

 ¿Y de qué va ese dolor tan pesado?

En otro artículo titulado “Elegir a tu guía. Encontrar al compañero de tu viaje interior”, hablaba sobre cómo reconocer y elegir a una persona que tenga la preparación, la presencia y las habilidades necesarias para acompañarte cuando decides transformar tu vida.

Ahí miramos que no basta con que el maestro sea competente; el proceso de cambio depende también del alumno. La ayuda, ya sea en coaching, terapia o acompañamiento psicológico, es un esfuerzo en equipo. Si una de las partes no participa, o se resiste, todo el proceso se desmorona.

El hecho de que el cambio sea voluntario provoca una forma muy eficaz de “mediocridad”, de quedarnos “a medio monte”, pero no en la virtud del equilibrio y la moderación, sino en aquel punto bajo donde la desesperanza es la emperatriz del juego.

La realidad es que si no tenemos que cambiar, muchas veces no lo hacemos. Nos convencemos que podríamos hacerlo “si quisiéramos”, pero no sentimos que sea urgente… ni seguro.

En el fondo, una parte de nuestra mente repite silenciosamente que las circunstancias son las que deberían ser distintas, las personas son las que deberían cambiar y luego más al fondo, asentimos que “la vida es así”, sin remedio.

Los humanos estamos unidos al confort es una tendencia normal rechazar lo nuevo, incluso si promete algo mejor.

Decía Arthur Schopenhauer, “La mediocridad consiste en no tener otro miedo que el de ser diferente.”

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Miedo a la Esperanza

El doctor Ross Ellenhorn, quien ha trabajado con personas que enfrentan desafíos profundos de salud mental, adicciones y patrones de conducta arraigados, escribe en su maravilloso libro “Cómo cambiamos (y las diez razones por las que no lo hacemos)”, sobre la resistencia al cambio. Este es, por cierto, uno de mis libros favoritos.

El doctor Ross nos invita a mirar con curiosidad, compasión y comprensión las razones que nos impiden avanzar, porque esas razones, dice, no son enemigas, están intentando protegernos de algo importante.

De ahí nace uno de sus conceptos más poderosos: el miedo a la esperanza. Suspiro de sólo pensar que existe este miedo dentro de nosotros.

Cambiar da miedo no solo por lo desconocido, sino porque implica abrir la puerta a la posibilidad de fallar o de no fallar.

La esperanza eleva nuestras expectativas y eso significa riesgo. Significa que si damos un paso, algo podría salir mal.

Este miedo fue estudiado en el año de 1979 por Daniel Kahneman y Amos Tversky en “la teoría de las perspectivas”. Mediante varios experimentos, demostraron que los humanos sentimos más intensamente el dolor de perder algo que el placer de ganar, es decir, perder nos duele más que lo que ganar nos alegra.

El Doctor Ross lo explica con suavidad, el quedarnos igual nos protege de la soledad existencial que produce saber que la vida depende de nosotros, y del vértigo que genera asumir la responsabilidad de cambiar, es decir, de dejar de culpar al mundo exterior.

La escritora Brianna Wiest a esto lo llama “apegos”. Ella dice que lo que entendemos por “problemas”, son solo vínculos invisibles con nuestra identidad herida. Queremos conservar el narcisismo, la fragilidad, la vulnerabilidad y el enojo, pues son los testigos vivos y justificaciones del dolor del pasado.

A esta maraña de movimientos internos el doctor Ross los identifica como “inefectividad efectiva”, nos defendemos inconscientemente de la transformación. No es que no queramos cambiar, es que estamos ocupados tratando de mantenernos a salvo, lo que no es un acto pasivo en absoluto, el no cambiar y mantener las cosas igual es una tarea bastante activa en sí.

A los que más les duele la vida, son entonces, los que han sufrido muchos dolores y esos dolores los han hecho resistentes al cambio porque requieren protegerse del proceso mismo de una versión nueva que implica incertidumbre, responsabilidad, perdón, confrontación, acción y tantas cosas que de no funcionar, los dejaría con más dolor, descuidando la energía que ya ocupamos en mantener las cosas como están.

Otra causa, dentro de las diez que señala el doctor impiden el cambio, son las expectativas de los demás; intentar un cambio desafía las identidades que se han formado los demás de nosotros, una identidad que nos viene muy bien porque nos protege de intentar cualquier salida del círculo vicioso. Necesitaríamos cambiarles la forma en que nos miran y esto implica modificar la realidad del otro de esos relatos que tienen sobre nosotros donde esperan que “siempre hagamos lo mismo.”

  

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Inspirar y aspirar

El doctor Ross habla de dos verbos al referirse al cambio: inspirar y aspirar, que son los que van provocando la danza hacia nuevos sitios. Estas palabras vienen de la misma raíz que espíritu, exquisitamente enraizadas todas en la prueba misma de la vida, el hecho de respirar.

Nos da miedo cambiar porque es inspirador, inhalaremos más aire, estaremos más expuestos a la vida, a nuestro propio pulso, a los demás, al mundo.

Esta inspiración y aspiración se convierten en una declaración fluida de que estamos listos para vernos de verdad en donde estamos y caminar hacia adelante.

Carl Rogers dice que la paradoja más curiosa es que cuando nos aceptamos a nosotros mismos es que podemos cambiar. Habla de esa mirada real, cruda y curiosa, que nos impulsa a pedir ayuda para lograr aprender a ver nuestras ideas y el mundo desde otra perspectiva, alguien que nos mantenga responsables de nuestros resultados y nos ayude a desarrollar tanto la paciencia como una mirada compasiva.

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“Nadie cambia solo”

El ojo no puede mirarse a sí mismo, y aquí es donde entran los recursos sociales, es decir, las redes de apoyo emocional, afectivo y simbólico.

Para el doctor Ross, el cambio es un proceso interdependiente, necesitamos validación y acompañamiento, modelos que muestren nuevas formas de vivir y entornos que no castiguen el intento, el sistema debe sostener el cambio que estamos realizando. Un tejido que permita con mucha paciencia la permanencia.

Desde ahí nace la necesidad de la guía, la ayuda de otro ser humano que nos acompañe en el camino mientras generamos nuevos hábitos, disciplina y la sensación de dirección interior que se traduce en poder personal; así como un grupo que comparta esos nuevos valores que estamos incorporando.

Los grandes maestros coinciden en que el empoderamiento es una de las experiencias más intimidantes del mundo, aquí la gran pregunta es: ¿quién realmente queremos ser?

Pedir ayuda no es rendirse, es el primer acto de confianza hacia una versión de ti que quiere y sabe cómo avanzar.

Acontinuación te comparto unas preguntas que pueden ayudarte a escuchar con más claridad lo que está ocurriendo dentro de ti y tu disposición al cambio:

¿Qué problema estoy evitando?
¿Qué oportunidades estoy ignorando?
¿Qué está ocurriendo realmente?
¿Qué me niego a ver?
¿Qué no quiero hacer?
¿Qué suposiciones no verificadas estoy sosteniendo?
¿En qué no estoy siendo honesto conmigo mismo?
Si los demás fueran completamente sinceros, ¿qué me dirían?
¿Qué me gustaría que pasara en mi vida que no está pasando?
¿Qué me gustaría hacer que aún no puedo hacer?
¿Qué necesito hacer para moverme hacia la vida que deseo?
¿Qué me impide dar ese paso?

Inspiración:

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